HOMBRE DE LAS MONTAÑAS
Solo soy roja y azul,
una simple mortal pretendiendo ser una Amauta.
Queriendo amar bien,
después de lo echado a perder por mi linaje,
casi derrumbado de tanta herida ancestral que hasta hoy,
aún sangra.
He andado bien hondo,
en los confines más oscuros de esta tierra madre,
que no me deja morir sin antes florecer.
El cielo me llama insistente,
hasta ángeles envía a buscarme,
solo para recordarme el trabajo pendiente
y devolverme al mundo sin tregua.
Creí que era crueldad mantenerme acá,
mas como hija obediente me doblegué humilde ante su voluntad.
Y heme hoy aquí, no quiero volver a huir.
Mis pasos ya no vacilan,
aunque tropiezo,
camino firme hacia donde habitan todos los colores.
Me dijeron que vine a bajar el cielo a la tierra,
que puedo poner luz donde haya oscuridad.
Me dijeron que no es cierto que la libertad, el amor y el júbilo
se encuentran lejos de dónde estamos pisando cada segundo.
Soy andariega,
camino solitaria,
siguiendo luceros que me indican la ruta.
Me detengo a ratos,
a ver si alguien osa caminar conmigo en tamaña aventura,
tan incierta, fecunda e inagotable.
Mi fe es inquebrantable.
Entre mis llantos por los males de lo humano,
llegas a recordarme la inocencia,
esa de mi niñez de ojos esquivos...
esa de todos, que puede salvarnos.
Y tus ojos, siempre tus ojos...
brillan en el fondo;
como imanes me llevan hasta tu alma,
que no es sino la mía.
Me pierdo en ellos,
ilusa,
inocente otra vez,
como si pudiera deshacerme de mis pesares ahí dentro tuyo,
fundida en ti.
El cielo, siempre benevolente y generoso,
me envía un nuevo maestro,
para recordarme que aún no aprendí a amar bien y que estoy a tiempo,
que tengo oportunidad.
Si supieras los ríos que han sido mis ojos...
Si supieras de las sombras que estuve hecha,
de las calabozos en que dormí,
de los cataclismos y las mil muertes que experimenté..
Ay amor, si supieras!
Si tanto supieras,
temerías de mí...
te preguntarías quién soy realmente...
de qué estoy hecha hoy.
Sabia la vida que te apartó cuando solo fui ausencia de colores.
Hombre de las montañas,
como un cacique me devuelves a mi espiral,
me adviertes que no puedo tomar tu mano,
sin antes mirar lo errado en el camino que he andado.
Hombre de tierra y agua,
los luceros que hoy me guían están en tus ojos nítidos,
resueltos de amor.
Deja que tu voz se quede para siempre en mis oídos.
Llévame contigo para conocer por fin lo suave.
